lunes, 8 de abril de 2013

Un tesoro perfumado y colorido


Tengo para contar una historia perfumada y colorida...
Ella tenía un tesoro, en el patio, muy bien cuidado  que se perpetuaba durante años. Con mucho amor y dedicación no había un día que no les demostrara su admiración.
Recuerdo aquella mañana cuando era pequeña y ella me presentó aquel jardín, que valía más que oro.
Cuidar con ella su tesoro era el mejor juego de la infancia cuando permanecíamos en la casa de la abuela.
Sus dedos eran verdes y no había planta que no brotase en sus macetas, que por cierto, cualquier recipiente era buen candidato a dar alojamiento a una nueva plantita. Eran tan variados los recipientes como las plantas que contenían.
De todas las formas, tamaños y colores ella las atesoraba a cielo abierto. Aunque una selección, no menor a diez, tenían la misión de adornar y decorar los ambientes interiores.
Y si acaso alguna planta se enfermaba, su jardín con dotes mágicos le devolvía su hermosura.
Podar las ramitas del limonero o la rosa china con aquella tijera amarilla de jardinería era tan divertida como preparar el abono de la tierra en el rincón al final del patio, al lado de la tuna y la áloe vera.
El tiempo pasó y los ayudantes de jardín crecieron pero ella seguía dedicando gran parte de su día a sus queridas plantas. Al observar como le explicaba como se llamaba cada planta a una nueva generación, un bisnieto curioso y parlanchín, comprendí que su amor estaba y se multiplicaba en las pequeñas cosas de la vida.
Un día tomando mates en el patio de su casa, la belleza de ese jardín me transportó a mi niñez, correteando entre las plantas y sentí la necesidad de tomarle algunas fotos. Ella me confesó entonces, que si tuviera un vivero no podría venderlas porque las querría todas para ella.
El jardín estaba radiante, ella orgullosa de su tesoro y yo que no tengo la misma facilidad para las plantas, decidí regalarle esta historia que perfumó el recuerdo de mi infancia en su jardín.