Angustiada me contó que estaba atravesando una crisis, me dijo que era temporal pero muy intensa.
Me dijo que necesitaba alejarse. Comprendí que quería despegar, hacer algo más por los demás, pero no encontraba la motivación para hacerlo.
Su corazón se encontraba algo envejecido, triste y contraído, pero aún latía.
Sabía que debía cambiar para volver a sentirse viva. Sabía que nadie lo haría por ella.
Escribir la relajaba, le transmitía paz, pero sus dedos atornillados en la rutina le impedían proyectar, crear e incluso soñar.
Hablamos un largo rato en el lenguaje universal, el silencio y las miradas, ella me explicaba que no se encontraba. Que a veces la vida te sacude a cachetadas y no importa lo que hagas, no te salvas de las bofetadas.
Que cada instante es único y a veces poco valorado. Que a todos los vivió siempre muy intenso, los buenos muy feliz y los malos con tristeza.
Que el tiempo pasa pero que más de una vez pesa. Que te acompaña, pero también modifica tu pensamiento, a veces entendemos el mensaje y crecemos. Otras no encontramos la salida y caemos. Pero todo pasa.
Me recalcó que todas las palabras tienen una carga para el que las envía pero también para el que las recibe. A veces para unos son insignificantes, mientras que para otros son dolorosas, hirientes o son esas palabras justas que necesitan.
Me enseñó, entre otras cosas, que la música te puede salvar de cualquier situación, te puede enseñar cosas nuevas e incluso llevarte con nostalgia a lugares conocidos.
Que pedir perdón solo tiene sentido si se siente, pero no cualquiera logra hacerlo, se necesita valor.
Me dijo que estas crisis eran individuales pero que se reproducían en sociedad, que todo eso era muy común, que se repite sin fin la ecuación. Que basta contemplar para otro lado para descubrir sujetos persiguiendo o añorando un poco de felicidad.
Todo se debe a que nos complicamos demasiado para vivir, asumió.
Si tan solo fuéramos más felices y menos complicados...suspiró mientras se alejaba y yo la perdía de vista.
NP
